Los almendros de Orihuela están siendo arrancados. No han florecido este año. Los que siguen en pie se yerguen negros, secos, desnudos. Parecen víctimas de un incendio.
No ha sido el fuego el culpable de semejante descalabro. Ha sido la sequía. Una sequía subsahariana y cruel que se ha llevado por delante 182.000 almendros. El poeta Miguel Hernández, héroe y faro de Orihuela, tendría que haber hecho virguerías para reeditar, en estos días, los maravillosos versos que dedicó a estos almendros.
Los datos del desastre los ofrece la Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores (ASAJA). Y la Agencia Española de Meteorología completa el panorama: gran parte del sur de la provincia de Alicante acumula lluvias por debajo de los cien litros por metro cuadrado en los últimos 365 días. En la capital, que cuenta con series históricas que se remontan a dos siglos, no se registraba una situación así de dramática desde 1857: 69,8 litros por metro cuadrado (cuando su media anual es de 336), el dato más bajo este año de la red de estaciones de la España peninsular. Este registro histórico, y tremendo, tiene consecuencias devastadoras para el campo. Y sobre todo, para los cultivos de secano, como el del almendro.
Alicante ha rebajado en 20 litros el récord negativo de Murcia, que en 1945 acreditó 89 litros por metro cuadrado
Un campo de olivos y palmeras en Elche, el jueves 4 de septiembre. / Joaquín de Haro |
Tres jornaleros recogen la leña de almendros recién arrancados en una finca a las afueras del pueblo. Lanzan los troncos y ramas a una camioneta azul, depositaria de los restos de este naufragio en tierra firme y seca. La leña del almendro es buena para las barbacoas, eso se dice; da buena brasa, vaya un consuelo. Árboles que pueden llegar a ser centenarios, cuya vida fértil puede ser de 40 a 60 años, arrancados y reducidos a material con potencial dominguero.
Desde esta finca yerma y amarilla, plagada de agujeros cubiertos por almendros cercenados, se divisan las aguas azules turquesa del embalse de La Pedrera. El pantano está que rebosa, aquí está la paradoja: solo las parcelas de regadío pueden recibir estas aguas que alimentan a campos de Murcia y Alicante; no se pueden ampliar los cupos, hay que administrar ese bien escaso que es el agua. “No es año de sequía fluvial, es año de sequía meteorológica”, señala en conversación telefónica Antonio Gil Olcina, catedrático emérito de Análisis Geográfico de la Universidad de Alicante. Este rector honorario de 71 años, que durante 30 impartió clases sobre climatología, explica que las lluvias de origen atlántico son las que han permitido nutrir los embalses. Los ríos han traído el agua de esas precipitaciones hasta esta fachada este de la Península, tan castigada por la falta de lluvias. “La sequía está teniendo un impacto demoledor en los cultivos de secano”, certifica Gil Olcina.
El responsable del Laboratorio de Climatología de la Universidad de Alicante, Jorge Olcina, ahonda en el análisis. Dice que el sureste peninsular, en años como este, está recibiendo menos lluvias que zonas desérticas como el Sahel, Nigeria. “Es una situación histórica”, señala: Alicante ha batido el récord que ostentaba Murcia, que en 1945 acreditó 89 litros por metro cuadrado. Ha rebajado el registro en casi veinte litros. “No ha entrado viento húmedo del mar y este es el factor principal”, explica Olcina. “Lo más anómalo es que apenas llueve desde el otoño de 2013. Hemos tenido un invierno y una primavera extremadamente secos”. El municipio de Campello, ilustra, apenas ha recibido 7 litros por metro cuadrado desde enero.
“Estamos viviendo de las rentas de lo que ha llovido en años pasados”, señala Olcina. Por eso no hay cortes de agua, ni se ven afectados abastecimientos urbanos y regadíos. Las desalinizadoras y el buen funcionamiento del trasvase Tajo-Segura, sostiene, están permitiendo salvar la situación. De momento.
La sequía no solo afecta a los agricultores. También la sufren los animales, el ecosistema. Más de treinta toneladas de peces muertos fueron retirados de humedales de Calpe, Santa Pola y Elche este verano. “Estoy pasando el peor año de mi vida”, dice apesadumbrado José María García, empleado del pantano de Santa Fe, uno de los espacios más afectados, un paraje natural privado en el que habitan más de 270 especies de aves además de anguilas, mújoles, carpas y lubinas. García, el hombre que se encarga de recorrer la parcela viendo cómo están los animales y cómo está el agua en esta finca ubicada en Santa Pola, está desolado ante las muertes de los mújoles. Como consecuencia de la sequía, los niveles de salinidad del agua se han vuelto insoportables para los peces. Les falta el oxígeno.
García, de 62 años, recorre con su todoterreno, a baja velocidad, los márgenes de las charcas. El sol cae, son las siete y media de la tarde, y los flamencos alzan el vuelo en medio de las cañas al escuchar el leve rugido del motor que se aproxima.
“Las charcas están ahora muy vacías, la sequía está pudriendo el agua”, ilustra, con las manos bien agarradas al volante. La falta de agua hace que el barro emerja a la superficie, explica. Se forma un manto negruzco, el cieno, que pudre el agua y envenena a los animales. García está con la mosca detrás de la oreja. Dice que en los últimos días aprecia que hay patos roncadores que no vuelan. “Puede que estén enfermos”.
Antonio Serrano, propietario de esta finca de 360 hectáreas en la que se celebran unas 14 cacerías de patos al año, y donde también se pesca, se lamenta de la falta de agua. “Necesitamos que la Administración controle los sobrantes de agua, que dejen lo suficiente para que no se muera el pescado”. Serrano, que lleva en esta finca desde hace 41 años, dice que nunca vivió una situación como esta. “Esta sequía es terrible. Si no nos llega agua, las aves se irán”.
Los agricultores reclaman ayudas. No solo los cultivos de secano, como el del almendro, se han visto afectados. La alcachofa, la uva, los cítricos; los cultivos de regadío también sufren esta situación.
“Los agricultores tienen miedo de plantar porque tendrán que comprar el doble de agua”, explica frente a un secarral cercano a la localidad alicantina de Redován Eladio Aniorte, presidente de ASAJA-Alicante. “Ese encarecimiento nos impide competir”. Este sindicato agrario estima que las pérdidas directas como consecuencia de la sequía son de más de cuarenta millones de euros en Alicante.
Desde el Ministerio de Agricultura se asegura que ya está en marcha una línea de avales, a escala nacional, por un valor de 40 millones de euros, para solucionar los problemas derivados de la sequía. Pero los afectados reclaman ayudas directas. “Esta sequía se vive con gran desesperación e impotencia”, dice Aniorte, de 71 años. “Los frutos y cultivos no están en su hábitat habitual: no pasan frío, no reciben el rocío; todo el rato, calor. Por eso, en vez de crecer, la planta se arruga. Las naranjas y los limones no cogen tamaño”.
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